
El crimen que tanto duele a los ricos no se detiene con veladores ni rezos, como quisieran los ocurrentes iluminados de la ultraderecha, que jamás se han tentado el corazón por los salarios de hambre, que se vuelven tragedia de millones de familias que suelen despertar con el sufrimiento para encontrar patrones enriquecidos, plenos de satisfacciones, resguardados por el Gobierno y santificados por curas y cardenales; de cuyas razones empiezan las inquietudes, inconformidades, y luego las convicciones de tener por legítimo agarrar de donde se pueda. Así la matrícula en el mundo del narcotráfico, el secuestro y el crimen en general, porque la opulencia, los salarios de hambre, leyes, cuerpos de seguridad, jueces y magistrados resultan igualmente criminales.
Los alardes publicitarios, con toda clase de condolencias, respetos, ceremonias luctuosas, acuerdos obsequiados a las honras del jovencito Martí, y luego lo que sigue a favor de la familia Vargas Escalera, con un padre empresario del deporte y una madre que sabe pedir piedad frente al escenario montado para encender corazones de gobernantes endurecidos, indiferentes con los otros millones de pueblos enteros sin trabajo, de niños afectados de anemias y secuelas incurables, que tal vez impacten las mentes adictas a la sangre y las artes de crueldad, con dedicatoria a la contraparte criminal de cuello blanco.
El niño de oro secuestrado y sacrificado, y la hija de Nelson Vargas, se vuelven fiesta de buitres como Jorge Serrano Limón y la derecha panista, fascista, para congraciarse con una clase social asustada de su propia sombra, atrapada en las mentiras de políticos, gobernantes y medios informativos, empeñados en estallidos que nadie con sano juicio quiere; precisamente más amenazantes contra los ricos, ordinariamente en la mira del que emprende los caminos de la violencia que se multiplica infinitamente cuando se vuelve causa de los hambrientos, los explotados.
Podemos decir que si las veladoras sirvieran para calmar las tempestades de la violencia del pueblo habría que encender todas las que fuera posible. El rezo y la intención deberían dirigirse a la iluminación del Cártel de Palacio Nacional, los centros patronales, los recintos de clérigos hampones y santurrones de otras denominaciones "evangélicas", los círculos del Yunque y demás sectas de la derecha, así como los demonios del PRI, cambiados a socialdemócratas en sus mágicas metamorfosis.
Estamos a tiempo de entender la moraleja de la violencia con muertes que se cuentan por muchos miles en Tamaulipas, Chihuahua, Coahuila, Durango, Guerrero, Veracruz, Sinaloa, Baja California y todo México: el Gobierno, con el sistema corrupto expresión de desigualdad y de injusticia, es responsable; y nada podrá detener el avance de la violencia y el crimen mientras no se operen cambios claramente a favor de la pobrería.
No necesitamos videntes para asegurar que la guerra de Felipe Calderón, llevada al extremo de las veladoras encendidas en lugar de salarios equitativos y reparto de riqueza para activar la producción del campo a favor del campesino pobre, la pobrería de la ciudades, para promover pequeñas industrias dónde ocupar a la juventud y hacerla partícipe de la economía, lejos de garantizar seguridad y paz social nos lleva a los abismos violentos, pero multiplicados, porque su declaración de guerra se vuelve lumbre en una geografía empapada de combustible terriblemente inflamable.
Después de muerto un ser amado, no curan el dolor los pésames, las condolencias ni los tiempos de televisión, radio o prensa; propios de aduladores de opulentos y de políticos tarados.
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