
"El pueblo bajo es el crisol donde se funden y purifican los revolucionarios".
López Obrador empieza a ver los rostros de los políticos que se vuelven gobierno y vera el propio cuando al frente del gobierno del Distrito Federal puso en manos indebidas importantes responsabilidades, con resultados iguales para el pueblo a los estilos de las mafias peores que las del crimen organizado.
La condescendencia como dirigente del PRD con la pandilla de los Chuchos y con grupos sin calidad de izquierda como el de la Universidad de Guadalajara, pero además el mundo de allegados vividores del negocio de ser gobernadores, senadores, diputados, presidentes municipales o regidores, da cuenta de un temple que no tenía y que tiene que aprender precisamente metido en la gente que sufre los efectos del mal gobierno que vivimos desde que llegaron los europeos a nuestras tierras. El pueblo bajo es el crisol donde se funden y purifican los revolucionarios.
López Obrador ha crecido como líder de escaso roce con los campesinos y trabajadores, pero la clase burocrática e intelectual con que se ha rodeado no ha pasado de revolucionarios excursionistas a países socialistas, de mezclilla y visitas a ejidos y comunidades, de fábricas o barrios pobres, autores de libros inspirados en orgasmos tejidos con la izquierda, quienes en su tiempo asesoraron a López Portillo, Miguel de la Madrid, Salinas de Gortari, Ernesto Zedillo, sin faltar en las nóminas de Vicente Fox en puestos destacados, ni con Felipe Calderón, con sus buenas razones concatenadas a las epístolas de Marx, Lenin, Mao, El Che o Fidel Castro.
Obrador le dio el poder a Jesús Ortega el Chucho mayor en su campaña presidencial del 2006, donde la perrada chucha se despachó con voracidad perruna de la rica geografía obradorista suculenta, para construir todo un ejército de vividores de una izquierda que nada tiene que ver con la moral revolucionaria, que late como esperanza en el fondo del pueblo aporreado, en tan larga historia cuyo fin lejos está del ideario de muchos que salen de partidos pagados por el gobierno mismo.
El movimiento de López Obrador entraña, por otra parte, todas las virtudes de sepulturero de las mafias criminales de la política que entrega las riquezas de la patria al extranjero y a los socios enriquecidos a costa de la pobreza del pueblo según señales de capacidad de movilización y coincidencias sentidas que sustentan el gran movimiento popular, donde Obrador y otros de ambos sexos se procesan para el cambio de conciencia que reclama el peligro de la violencia promovida por Felipe Calderón con todo lo que dan las Cámaras patronales, de comercio, de la iniciativa privada y sus medios informativos, tan pendientes de todo cuanto sale contra la izquierda.
Procede a pesar de todo invitar a la antipatria a un poco de reflexión sobre eso de enfrentar a grupos violentos como los alebrestados por Felipe Calderón y todos sus aconsejadores, sin faltar eminencias eclesiásticas: un estallido social no tiene comparación alguna con la capacidad de guerra de delincuentes movidos por el dinero, por el pago de profesionales o amos de inmensas fortunas y negocios propios de delincuentes que a la fecha le han dado parejo a los ejércitos calderonistas hasta colocarlos, con todo y sus jefes, en ridículo y lástima.
La causa del pueblo que pone al frente a López Obrador por ahora es una dolencia vieja, que se ha vuelto irritación de profundo contenido violento, una vez dándose el estallido que promueve el loco Chaparro y de lentes. ¡Cuidadito!
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